miércoles, agosto 29, 2007

SALVADOS POR LA CAMPANA

Las Corridas Generales deambulaban sin pena ni gloria. La semana iba de mal en peor. Algún detalle suelto pero nada digno que destacar. Algún detalle de Castella, algún que otro ramalazo torista en la corrida de La Quinta, valentía en el torero de la tierra y para de contar. El Juli y Ponce, de vacío sin una triste oreja que justificara su paso por Bilbao. Una catástrofe en toda regla para la cada vez más torerista plaza bilbaína.

Las caras en el burladero de la Junta Administrativa eran un autentico poema. Díaz de Lezana, Aresti y demás componentes no daban crédito a lo que estaba pasando. La gota que había colmado el vaso era la incompleta corrida del día anterior. El día grande de la Aste Nagusia, los toros sin trapio alguno de Garcigrande habían tenido que ser remendados de salida con ejemplares de Ortigao Costa y eso en Bilbao no había ocurrido hace muchos años. Una ganadería que no completa el encierro, ¡inaudito!

Nadie se hacia responsable de tal desaguisado. A la pregunta, obligada en todos los círculos de la Villa, de quien había avalado la citada ganadería, la callada era la respuesta. Los unos pasando la pelota al sector inmovilista de la Junta, los otros a la gerencia taurina, y los demás al lucero del alba y así sucesivamente. La prensa fiable recalcando que el trapio era lo único que quedaba y también lo habían vulnerado, pues el poder, el toro de dos varas, hace tiempo que desapareció como cosa habitual de la plaza torista por excelencia.

Y llego el sábado. Y llegó El Cid, el torero sevillano. Y revolucionó la plaza, y la feria y la puso en boca de todo el orbe taurino nacional. Díaz de Lezana y los suyos lucían amplias sonrisas y recogían parabienes al término de la corrida. Coloquios y mentideros oficiales se encargaron de amplificar lo ocurrido en el ruedo. Por fin se habló bien de Bilbao. Victorino, que había enviado una blanda corrida que no quiso ver el caballo, también se había subido al carro del éxito del torero.

Todos respiraron tranquilos. A todos ellos les había salvado la campana. La de Salteras.