LOS TOROS COLABORADORES
LOS TOROS COLABORADORES
Sevilla, La Maestranza. Domingo de Resurrección del 2008.
El escándalo en la Plaza de la Maestranza había sido mayúsculo. El espectáculo inaudito. Jamás en la historia de la tauromaquia había sucedido cosa igual.
La gente había acudido, como es habitual en tan señalada fecha, llenando hasta la bandera los tendidos y graderios para ver actuar a los diestros Morante de la Puebla, El Juli y Miguel Angel Perera con toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq.
El primero de la tarde, un castaño de preciosa estampa, se había echado en los medios nada más salir del portón de chiqueros. No hubo manera de ponerlo en pie, por más que lo intentaron esgrimiendo los subalternos los capotes al unísono. Alguno de ellos intentó colearlo saliendo por peteneras ante la tarascada del burel, pues aun echado relucía engallado y desafiante. El Presidente ante las protestas del público optó por sacar el verde pañuelo, y para sorpresa de los profesionales y entre carcajadas del respetable, el toro se había levantado y corrido alegre tras de los cabestros de entrada a los corrales. El mayoral de la ganadería no daba crédito a lo que había visto.
Pues eso no fue lo peor, pues el comportamiento del segundo toro, de la misma ganadería, pues Morante había mandado correr el turno, fue un calco del anterior. El toro echado en los medios, con cara desafiante, y como ya había ocurrido anteriormente, a la espera de los cabestros con quienes volvió al interior de los corrales.
El tercero, de distinta ganadería, volvió a actuar de la misma manera. El cuarto también. Ante el enorme griterío, ante las protestas que se oían desde Triana, el Presidente no tuvo más remedio que suspender la corrida. La empresa, ante lo que se le avecinaba, optó por comunicar la suspensión del festejo encareciendo al respetable conservara sus billetes a la espera de posterior información.
Hotel Colon.
Los presentes en aquella habitación habían decidido reunirse de urgencia ante la gravedad del tema. Los teléfonos móviles habían funcionado y allí estaban los mandamases de la fiesta. El empresario de Sevilla junto con un miembro del clan familiar norteño. Dos de los toreros anunciados esa tarde en Sevilla habían acudido junto con sus apoderados. El ganadero programado se hizo acompañar del nuevo y flamante Presidente de la Unión. Las caras eran largas y la situación muy tensa. Nadie acertaba en articular palabra. Todos recordando aquella carta recibida meses antes y a la que no se habia dado importancia. Por su contenido y visto lo ocurrido aquello podía ser el principio del fin. Pero eran incapaces de reaccionar. Las voces provenientes del hall confirmaban de la multitud que allí se había congregado. Había que dar una expliación.
-¡Que venga el jefe de prensa!-, solicitó el Presidente de la Unión quien, aun siendo novato como ganadero, como empresario inmobiliario curtido en mil batallas conocía la manera de tratar aquellos espinosos asuntos.
-La información es esencial en estos momentos, comentaba. En primer lugar, debemos de inventarnos una causa que justifique este comportamiento y pregonarla a los cuatro vientos. Un virus cerebral o algo parecido. Algo como aquello de las vacas locas de hace unos cuantos años. Después debemos hacer correr la información y bombardear a la opinión pública. Cualquier cosa antes de que el enemigo tome el protagonismo. Bajaremos al hall e informaremos que de momento se desconocen las causas de tal comportamiento. Convocad una rueda de prensa. Silencio y a trabajar. No tenemos otro remedio. De lo “otro”, todos sabían a qué se refería, ni una palabra a nadie.
El Presidente permaneció en la habitación departiendo con su jefe de prensa y orquestando la campaña desinformativa. Los demás, después de decidir que fuera el empresario sevillano quien diera la rueda de prensa, abandonaron la habitación y se incorporaron al hall donde todo el mundo taurino, en especial los periodistas, esperaban noticias con impaciencia.
Todo había comenzado unos meses antes. Dos individuos se habían presentado en el paraíso de los toros y habían solicitado hablar con “Llavero”, aquel toro de la ganadería de D. Nazario Carriquiri, indultado en Zaragoza en 1862 después de haber recibido 53 varas, y de quien conocían su enorme prestigio y ascendencia entre sus congéneres. Era el indicado para hacerle partícipe de los planes que tenían en mente.
La reunión había sido cordial. Un repaso a la historia de La Fiesta fue el punto de partida de la conversación. Llegaron al grano de la cuestión y con minuciosidad le detallaron el motivo de su visita y lo que pensaban hacer. Terminaron solicitando su colaboración.
“Llavero” quedó boquiabierto por lo que había oído y después de reflexionar durante un buen rato, exclamó:
-De acuerdo es una excelente idea, veré lo que se puede hacer.
El día era importante. Una asamblea general extraordinaria del mundo de los toros había sido convocada. “Llavero” iba a informar de la solicitud cursada por aquellos individuos y sometería a votación la propuesta de su participación en aquel osado proyecto. La importancia de la decisión requería este cúmulo de formalidades.
Tomó la palabra y con voz grave, pausada y serena fue desgranando los pormenores de la operación.
Al término de su alocución una estruendosa salva de aplausos al grito de ¡dignidad!, ¡dignidad!, ¡dignidad!, coreado por todos los presentes hizo que la votación no fuera necesaria.
-Gracias compañeros, no esperaba menos de vosotros. El toro bravo no desaparecerá. Recuperaremos nuestra dignidad.
A los días de aquella asamblea los distintos colectivos integrantes del mundo taurino recibían en sus sedes la siguiente misiva,
“Estimado Sr. Presidente:
La Asociacion de Toros de Lidia en aras de su DIGNIDAD y ante las reiteradas tropelías que vienen padeciendo nuestros afiliados, producidas por los diversos estamentos taurinos entre los cuales se encuentra el que usted representa, ha decidido por unanimidad no participar en los festejos mayores de la proxima temporada.
Atentamente
Llavero
Secretario General”
Lunes de Pascua
“Llavero” y los demás presentes estaban contentos y agradecían las numerosas felicitaciones que les llegaban de todas las dehesas. Se habían comprometido con aquellos individuos en la organización de la huelga y todo había salido a la perfección. Sus hermanos en quienes había caído la responsabilidad habían respondido disciplinadamente. Se sentían orgullosos de ello. Además ya habían recibido la solicitud de reunión que desde el lado taurino les habían cursado y diligentemente la habían trasladado a quien correspondía. Esperarían nuevas instrucciones.
Los mandamases taurinos volvían a reunirse, esta vez en la finca de un conocido ganadero y lejos de los curiosos. A diferencia de lo que ocurría en la otra trinchera, la unidad entre ellos brillaba por su ausencia. Los ganaderos arremetían contra los toreros y su corte de veedores por sus continuas exigencias. Los toreros se escudaban en los apoderados y arremetían a su vez contra los subalternos, a quienes acusaban de actuar por su cuenta amparados en el encorsetado convenio colectivo. Los subalternos se defendían diciendo que por lo que cobran no pueden jugarse la vida tarde si, tarde también. Los empresarios clamando contra todos y despotricando de los enormes costes que supone el organizar un devaluado espectáculo. Lo único que a todos ellos unía, era el miedo a dejar de percibir las suculentas cantidades de dinero que anualmente ingresaban. Pero no sabían como plantear la futura reunión. -¡Oiremos sus peticiones y luego decidiremos!-, fue la consigna final, haciendo gala una vez más de su conocida ancestral actitud de “no coger al toro por los cuernos”, por cierto expresión popular muy adecuada en aquellos momentos.
Aquellos individuos repasaban una y otra vez la estrategia a seguir. Lo habían intentado en incontables ocasiones, siempre denunciando las tropelías, pero de nada había servido. Esta vez iba a ser diferente y exigirían unos acuerdos estables y sobre todo fiables que permitieran cambiar el rumbo. Excepto algún ganadero romántico y algún que otro torero honrado, el mundo taurino no les inspiraba ninguna credibilidad. La guerra había comenzado. Sabían que la tarea era ardua y que el enemigo no era de poca monta. Les conocían bien, muy bien. De hecho, las noticias radiofónicas y las primeras ediciones de la prensa escrita mencionaban como posible causante del anómalo comportamiento bovino, solemnemente bautizado como síndrome Knaus Knopler, a un virus detectado en los corrales de La Maestranza.
En la mesa de uno de ellos el borrador del documento que en breves días conocerían los taurinos. “Estatutos de la Asociación de Profesionales Taurinos” tenía por titulo y comenzaba con los siguientes principios fundamentales,
-No lo pudimos hacer en vida. Nuestra pluma no sirvió de mucho, pero sabía que los toros no nos podían fallar. Son los únicos personajes decentes y honrados de todo este mundo taurino de corrupción. Con ellos lo conseguiremos, recuperaremos la Fiesta.
-¿No querían toros “colaboradores”?, pues ¡toma ya!, ¡jajá!
-No seas socarrón Alfonso, y ponte a trabajar que el reglamento aún no lo tenemos terminado.
- Y tú Joaquín repasa los estatutos, por si algo se nos ha escapado.
Sevilla, La Maestranza. Domingo de Resurrección del 2008.
El escándalo en la Plaza de la Maestranza había sido mayúsculo. El espectáculo inaudito. Jamás en la historia de la tauromaquia había sucedido cosa igual.
La gente había acudido, como es habitual en tan señalada fecha, llenando hasta la bandera los tendidos y graderios para ver actuar a los diestros Morante de la Puebla, El Juli y Miguel Angel Perera con toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq.
El primero de la tarde, un castaño de preciosa estampa, se había echado en los medios nada más salir del portón de chiqueros. No hubo manera de ponerlo en pie, por más que lo intentaron esgrimiendo los subalternos los capotes al unísono. Alguno de ellos intentó colearlo saliendo por peteneras ante la tarascada del burel, pues aun echado relucía engallado y desafiante. El Presidente ante las protestas del público optó por sacar el verde pañuelo, y para sorpresa de los profesionales y entre carcajadas del respetable, el toro se había levantado y corrido alegre tras de los cabestros de entrada a los corrales. El mayoral de la ganadería no daba crédito a lo que había visto.
Pues eso no fue lo peor, pues el comportamiento del segundo toro, de la misma ganadería, pues Morante había mandado correr el turno, fue un calco del anterior. El toro echado en los medios, con cara desafiante, y como ya había ocurrido anteriormente, a la espera de los cabestros con quienes volvió al interior de los corrales.
El tercero, de distinta ganadería, volvió a actuar de la misma manera. El cuarto también. Ante el enorme griterío, ante las protestas que se oían desde Triana, el Presidente no tuvo más remedio que suspender la corrida. La empresa, ante lo que se le avecinaba, optó por comunicar la suspensión del festejo encareciendo al respetable conservara sus billetes a la espera de posterior información.
Hotel Colon.
Los presentes en aquella habitación habían decidido reunirse de urgencia ante la gravedad del tema. Los teléfonos móviles habían funcionado y allí estaban los mandamases de la fiesta. El empresario de Sevilla junto con un miembro del clan familiar norteño. Dos de los toreros anunciados esa tarde en Sevilla habían acudido junto con sus apoderados. El ganadero programado se hizo acompañar del nuevo y flamante Presidente de la Unión. Las caras eran largas y la situación muy tensa. Nadie acertaba en articular palabra. Todos recordando aquella carta recibida meses antes y a la que no se habia dado importancia. Por su contenido y visto lo ocurrido aquello podía ser el principio del fin. Pero eran incapaces de reaccionar. Las voces provenientes del hall confirmaban de la multitud que allí se había congregado. Había que dar una expliación.
-¡Que venga el jefe de prensa!-, solicitó el Presidente de la Unión quien, aun siendo novato como ganadero, como empresario inmobiliario curtido en mil batallas conocía la manera de tratar aquellos espinosos asuntos.
-La información es esencial en estos momentos, comentaba. En primer lugar, debemos de inventarnos una causa que justifique este comportamiento y pregonarla a los cuatro vientos. Un virus cerebral o algo parecido. Algo como aquello de las vacas locas de hace unos cuantos años. Después debemos hacer correr la información y bombardear a la opinión pública. Cualquier cosa antes de que el enemigo tome el protagonismo. Bajaremos al hall e informaremos que de momento se desconocen las causas de tal comportamiento. Convocad una rueda de prensa. Silencio y a trabajar. No tenemos otro remedio. De lo “otro”, todos sabían a qué se refería, ni una palabra a nadie.
El Presidente permaneció en la habitación departiendo con su jefe de prensa y orquestando la campaña desinformativa. Los demás, después de decidir que fuera el empresario sevillano quien diera la rueda de prensa, abandonaron la habitación y se incorporaron al hall donde todo el mundo taurino, en especial los periodistas, esperaban noticias con impaciencia.
Todo había comenzado unos meses antes. Dos individuos se habían presentado en el paraíso de los toros y habían solicitado hablar con “Llavero”, aquel toro de la ganadería de D. Nazario Carriquiri, indultado en Zaragoza en 1862 después de haber recibido 53 varas, y de quien conocían su enorme prestigio y ascendencia entre sus congéneres. Era el indicado para hacerle partícipe de los planes que tenían en mente.
La reunión había sido cordial. Un repaso a la historia de La Fiesta fue el punto de partida de la conversación. Llegaron al grano de la cuestión y con minuciosidad le detallaron el motivo de su visita y lo que pensaban hacer. Terminaron solicitando su colaboración.
“Llavero” quedó boquiabierto por lo que había oído y después de reflexionar durante un buen rato, exclamó:
-De acuerdo es una excelente idea, veré lo que se puede hacer.
El día era importante. Una asamblea general extraordinaria del mundo de los toros había sido convocada. “Llavero” iba a informar de la solicitud cursada por aquellos individuos y sometería a votación la propuesta de su participación en aquel osado proyecto. La importancia de la decisión requería este cúmulo de formalidades.
Tomó la palabra y con voz grave, pausada y serena fue desgranando los pormenores de la operación.
Al término de su alocución una estruendosa salva de aplausos al grito de ¡dignidad!, ¡dignidad!, ¡dignidad!, coreado por todos los presentes hizo que la votación no fuera necesaria.
-Gracias compañeros, no esperaba menos de vosotros. El toro bravo no desaparecerá. Recuperaremos nuestra dignidad.
A los días de aquella asamblea los distintos colectivos integrantes del mundo taurino recibían en sus sedes la siguiente misiva,
“Estimado Sr. Presidente:
La Asociacion de Toros de Lidia en aras de su DIGNIDAD y ante las reiteradas tropelías que vienen padeciendo nuestros afiliados, producidas por los diversos estamentos taurinos entre los cuales se encuentra el que usted representa, ha decidido por unanimidad no participar en los festejos mayores de la proxima temporada.
Atentamente
Llavero
Secretario General”
Lunes de Pascua
“Llavero” y los demás presentes estaban contentos y agradecían las numerosas felicitaciones que les llegaban de todas las dehesas. Se habían comprometido con aquellos individuos en la organización de la huelga y todo había salido a la perfección. Sus hermanos en quienes había caído la responsabilidad habían respondido disciplinadamente. Se sentían orgullosos de ello. Además ya habían recibido la solicitud de reunión que desde el lado taurino les habían cursado y diligentemente la habían trasladado a quien correspondía. Esperarían nuevas instrucciones.
Los mandamases taurinos volvían a reunirse, esta vez en la finca de un conocido ganadero y lejos de los curiosos. A diferencia de lo que ocurría en la otra trinchera, la unidad entre ellos brillaba por su ausencia. Los ganaderos arremetían contra los toreros y su corte de veedores por sus continuas exigencias. Los toreros se escudaban en los apoderados y arremetían a su vez contra los subalternos, a quienes acusaban de actuar por su cuenta amparados en el encorsetado convenio colectivo. Los subalternos se defendían diciendo que por lo que cobran no pueden jugarse la vida tarde si, tarde también. Los empresarios clamando contra todos y despotricando de los enormes costes que supone el organizar un devaluado espectáculo. Lo único que a todos ellos unía, era el miedo a dejar de percibir las suculentas cantidades de dinero que anualmente ingresaban. Pero no sabían como plantear la futura reunión. -¡Oiremos sus peticiones y luego decidiremos!-, fue la consigna final, haciendo gala una vez más de su conocida ancestral actitud de “no coger al toro por los cuernos”, por cierto expresión popular muy adecuada en aquellos momentos.
Aquellos individuos repasaban una y otra vez la estrategia a seguir. Lo habían intentado en incontables ocasiones, siempre denunciando las tropelías, pero de nada había servido. Esta vez iba a ser diferente y exigirían unos acuerdos estables y sobre todo fiables que permitieran cambiar el rumbo. Excepto algún ganadero romántico y algún que otro torero honrado, el mundo taurino no les inspiraba ninguna credibilidad. La guerra había comenzado. Sabían que la tarea era ardua y que el enemigo no era de poca monta. Les conocían bien, muy bien. De hecho, las noticias radiofónicas y las primeras ediciones de la prensa escrita mencionaban como posible causante del anómalo comportamiento bovino, solemnemente bautizado como síndrome Knaus Knopler, a un virus detectado en los corrales de La Maestranza.
En la mesa de uno de ellos el borrador del documento que en breves días conocerían los taurinos. “Estatutos de la Asociación de Profesionales Taurinos” tenía por titulo y comenzaba con los siguientes principios fundamentales,
- El toro es el eje de la Fiesta. Sin él nada tiene importancia.
- La dignidad del toro será respetada en cualquier circunstancia y lugar.
- Todo festejo taurino será organizado de conformidad con los presentes estatutos y con el reglamento anexado.
-No lo pudimos hacer en vida. Nuestra pluma no sirvió de mucho, pero sabía que los toros no nos podían fallar. Son los únicos personajes decentes y honrados de todo este mundo taurino de corrupción. Con ellos lo conseguiremos, recuperaremos la Fiesta.
-¿No querían toros “colaboradores”?, pues ¡toma ya!, ¡jajá!
-No seas socarrón Alfonso, y ponte a trabajar que el reglamento aún no lo tenemos terminado.
- Y tú Joaquín repasa los estatutos, por si algo se nos ha escapado.
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