UN DIA EN LOS TOROS
¡Eres un antiguo!, fue la respuesta de un vecino de localidad a mis desaprobantes comentarios sobre la colocación de un par de banderillas a la “remanguillé”, o al violín como hoy en día los espectadores gustan en llamar.
Me quedé pensativo durantes unos instantes, le puse cara de asombro y continué presenciando aquel espectáculo taurino, supuestamente una corrida de toros según rezaba el cartel anunciador. Nunca ha sido de mi agrado enfrentarme al personal, ni rebatir sus apreciaciones, ni por supuesto intentar sentar cátedra en el transcurso del espectáculo. Para eso ya existen los foros, encuentros y tertulias, donde opinar, debatir, discrepar, sigue siendo un placer.
Ya de vuelta en casa, en mi retina no había más imágenes grabadas que la colocación de dieciocho pares de banderillas, dieciocho brindis, dieciocho carreras, dieciocho saludos, …en fin, dieciocho despropósitos. De toreo, nada de nada y de toros pues otro tanto de lo mismo, nada de nada.
En cambio, no podía olvidar a mi vecino y sus palabras. ¡Eres un antiguo! ¡Eres un antiguo!.........
Aquello seguía retumbando mi oído y me hacía pensar. ¿Qué habrá querido decir? ¿Porqué me llama antiguo? ¿Será cierto que me he quedado en la edad de piedra del toreo, y los taurinos actuales tienen razón?
- ¡Pues no, no soy un antiguo y te voy a decir el porqué!, le respondí mentalmente, mientras le suponía físicamente celebrando con unas cañas de cerveza las nosecuantas orejas que se repartieron los gimnásticos diestros de aquella tarde.
- ¡Escucha!, aunque quizás no sepas de lo que estoy hablando, te diré que a mí, del ortodoxo e históricamente aceptado concepto sobre la corrida de toros entendida como su lidia y muerte a estoque, no me mueve ni el lucero del alba. Este ha sido, es y será el axioma intocable y fundamental. “Lidia” en su sentido de pelea, la batalla entre la inteligencia del ser humano y el instinto del animal, y “muerte a estoque”, sin más, como su nombre lo indica. Todo lo que desvirtúe este fundamental concepto de lidia, es una aberración, un sacrilegio, un alevoso atentado a la pureza y ortodoxia del toreo. Lidia, lidia, lidia y mil veces lidia. ¿Está claro?
- Pues amigo métetelo en la cabeza y así podrás entender la belleza de este arte.
Se quedó un poco mosca al escuchar mi airada respuesta y supuse, por la cara que ponía, que mis palabras le sonaban a música celestial, y por ello continué.
- En la actualidad, la “lidia” está siendo desterrada de los ruedos y eso es un fraude y un engaño. Ya sabes el dicho de que dos no pelean si uno no quiere. Pues en el mundo taurino actual este dicho es palabra de ley.
Uno de los contendientes, el torero, habitualmente no tiene gana alguna de pelea y menos de correr los riesgos que ello conlleva, proseguí. No quiere un enemigo enfrente sino un colaborador a su tarea. El otro, el toro, quien por su condición animal estaría dispuesto a dejarse la piel en el intento, está siendo descaradamente manipulado para rebajarle hasta el mínimo posible sus dotes combativas. Para que lo entiendas mejor y hablando en símil pugilístico, están transformando el noble arte del boxeo en el espectáculo amañado de la lucha libre. ¿Lo entiendes?
- Queramoslo o no, esto es un negocio y como tal está planteado. Hay que vender la mercancía como sea. Al toreo actual lo revisten como una evolución natural de la tauromaquia, le denominan pomposamente como toreo moderno, afirman que el toreo del pasado está obsoleto y que solo existe en la mente de algunos románticos. Rizan el rizo pregonando que el toro de aquella época hoy en día sería inlidiable y por tanto de juzgado de guardia su crianza y comercialización.
- Y estas expresiones las oimos desde cualquier estamento, desde el de los toreros hasta el de los subalternos, los apoderados, los empresarios, los ganaderos, o los periodistas.
Aunque cada uno de ellos defenderá su parcela del negocio con uñas y dientes, en el fondo están unidos y de acuerdo en trabajar para el objetivo común, que no es otro que ganar el máximo de dinero en el mínimo de tiempo.
- Enfrente de todos ellos y agazapados en la trinchera, los aficionados o antiguos como nos llamais. Desgraciadamente, solos, desunidos y sin apoyo alguno. Un caos. Sin defensa de ningun tipo, ni incluso por la autoridad quien hace caso omiso del propio reglamento en vigor. Con algun critico honrado que apoya, con algunas paginas y foros internet defendiendo la causa, pero en realidad un tirachinas en nuestras manos frente a la artillera ofensiva mediática magnificamente organizada. Somos un desastre.
- Y por último, vosotros, como pasivos espectadores de esta lucha desigual, perdona y sin animo de ofender querido vecino, sin saber lo que realmente ocurre en el campo de batalla. Eso sí, vosotros como nosotros, pagando religiosamente los astronómicos precios de este adulterado espectáculo y dando de comer a un sinfín de sinvergüenzas.
- ¡Por favor, piensatelo y no te dejes engañar!
Parece ser que el tema de los dineros le hizo mella, pues acababa de pagar 50 euros por un tendido, y saliendo del letargo que estaba sumido, a bote pronto me expetó:
- Vale, puedes estar en lo cierto, pero todo en esta vida cambia y vosotros parecéis anclados en el siglo XIX. Todo evoluciona menos vuestra tauromaquia. Os creeis en posesión de la verdad. Los custodios del Santo Grial. ¿Algo habrá evolucionado en el mundo de los toros, no te parece?
- Efectivamente, no creas que vas a pillar in fraganti. Algo ha cambiado a lo largo de los tiempos y eso es el estilo de pelear. La forma de someter un toro es lo que ha cambiado a lo largo de los tiempos. La estrategia empleada por el torero en su combate. La estrategia en el planteamiento de la batalla. Te explico.
- Antiguamente se toreaba con los pies. El toro era el dueño y señor del ruedo. El matador no se estaba quieto y procuraba por todos los medios, no siempre lo conseguía, apartarse de la trayectoria del animal cada vez que le embestía. Utilizaba la muleta como defensa, con mantazos al hocico y a los pies del animal, mientras los caballos, permanentemente en plaza, castigaban al toro cada vez que se arrancaba a por ellos. Con ello, toreros y picadores, conseguían derrotar al animal, lo sometían por cansancio físico y lo preparaban para ejecutar la suerte del estoque. Esa era la lidia de aquellos legendarios tiempos de principios de siglo.
Hasta que llega la revolución con la figura de Belmonte, -¿te suena?-, quien se paró, sentó los pies y sometió al toro con otro estilo. Cambió la estrategia practicada hasta entonces y planteó la batalla en otros términos, aplicando el principio de doblegar el instinto del animal.
“Aquí mando yo y tú, toro, debes hacer lo que yo quiero”. Obligó al toro a correr tras una muleta, lo que antes no se había visto. El animal debía de ir por donde el matador decidía y por supuesto contra natura. La elección de las trayectorias, el mando sobre el animal, era el poder del torero. La muleta dejó de tener la característica de arma defensiva como antiguamente, y pasó a convertirse en un instrumento ofensivo. El torero debía utilizarla para marcar las trayectorias y conducir al animal por donde lo considerara conveniente a sus intereses.
El torero y el toro se colocaban de frente, en el mismo carril. La elección de terrenos y distancias, fundamental para la ejecución y belleza del pase, eran fruto de la sapiencia del torero. Una vez colocados, el torero tiraba del toro presentándole la muleta plana. El toro arrancaba por el citado carril y el torero sin enmendar su posición, utilizando sus manos y cintura hacía desviar esa trayectoria primero hacia fuera, lo que llamamos cargar la suerte, y luego hacia adentro al rematar atrás, consiguiendo con ello debilitar a su oponente e ir sometiéndolo pase a pase. El torero efectuaba medio giro sobre sí mismo y ambos, toro y torero, estaban de nuevo enfrentados para un nuevo pase.
La tanda de pases terminaba cuando la distancia a la que quedaban era excesivamente corta no permitiendo al torero colocarse de nuevo y no teniendo más remedio que aliviarse del agobio, generalmente con un pase de pecho.
Y asi sucesivamente, cada torero con sus maneras y su personalidad, hasta el sometimiento completo, hasta la rendición incondicional del toro. La suerte suprema como colofón a la batalla.
- Verás amigo, que aun siendo diametralmente opuestas ambas técnicas, las dos son válidas y aceptadas ya que contienen la esencia fundamental: lidia y sometimiento. Esto es lo que importa. Cualquier otra nueva técnica que surja deberá siempre contar con estos principios fundamentales del toreo.
- ¿Claro, me preguntarás ahora porqué no pude considerarse el toreo actual como otro paso de esta evolución?
- Hablando del toreo actual en su generalidad, te contestaré rotundamente: NO.
- Acuérdate de lo que te he dicho, lidia, lidia y lidia. El toreo actual, o mejor dicho este espectaculo taurino, ha buscado todas las trampas posibles para evitar la batalla. Y ya sabes que si no hay batalla no hay esencia, no hay toreo.
También te diré que afortunadamente hoy en día quedan, aunque pocas, algunas honrosas excepciones, donde se puede ver toros con casta y valientes toreros, no figuras, que se juegan el tipo en la pelea.
- Pero vayamos con lo que normalmente ocurre hoy en dia.
El toro sale al ruedo sin apenas genes combativos, lo que se llama casta en el argot. Su capacidad de pelea es mínima. Los ganaderos, también parte del entramado, han hecho su labor criando lo que el mercado les demanda. No les culpo, es ley de vida, aunque sea un contrasentido que estén agrupados en la denominada UCTL (Union de Criadores de Toros de Lidia), cuando deberian estar en la UCTET (Union de Criadores de Toros para Espectáculos Taurinos).
Ya en la plaza, sin mencionar el oscuro tema de las viejas y conocidas prácticas fraudulentas como el afeitado o nuevas como el suministro de sustancias dopantes, cualquier atisbo de casta, fuerza o poder que presente el toro en su salida al ruedo es fulminantemente aniquilado en el primer tercio. Son los subalternos los encargados de tal misión, utilizando traicioneras técnicas como los forzados encontronazos con los burladeros, los violentos recortes, y, como no, la sangría del actual tercio de varas. El animal es humillado, vituperado y castigado hasta la saciedad, simplemente por el hecho de haber demostrado su condicion. Denigrante.
El toro llega a la muleta sin resuello. El torero no necesita someterlo pues prácticamente ya llega vencido. No hay lidia. No hay pelea, pues uno no quiere y el otro no puede. Obviamente y a la vista de lo que hay enfrente, estocada y al desallodero.
Pero -¡ojo!-, es necesario y vital para el negocio que el animal continúe en el ruedo. Los espectadores quieren ver como el toro va y viene, vuelve a ir y a venir, y como el torero se pone bonito. Para eso han pagado. Nada de dar dos pases y armar la espada. El espectáculo debe continuar. Por ello, la técnica de mantenerlo en el ruedo es lo que actualmente prima. Cuidar, mimar, no forzar, que no se caiga, es lo fundamental. Las actuales denominadas figuras son expertos en estos menesteres. ¡Que lejos de aquel sacrosanto concepto de pelea!
Las faenas deben ser largas. Hay que conseguir que el toro coopere pasando una y otra vez al reclamo de una gigantesca muleta. Hay que mantenerlo en línea para no forzar su esqueleto. Y pases, y más pases y venga pases. Derechazos, más derechazos, mil derechazos. Un pase natural simplemente para cumplir el expediente y decir que el toro por ahí no va. Los de pecho para alivio y descanso del toro, no para alivio del torero como entonces eran. Si antiguamente un aviso era una llamada de atención al torero por su manifiesta inoperancia, hoy en día es casi, para el que lo recibe, un reconocimiento a su labor.
- Esto no es toreo amigo mío, esto es un espectáculo taurino. Aquí no hay esencia. Será un espectáculo más o menos bonito, más o menos plástico, pero te aseguro que carecerá de la condición esencial obligada en una buena tarde de toros, carecerá de emocion y sin ella, todo lo demás es papel mojado.
- Amigo mío, el día que sientas emoción viendo una corrida de toros entenderás la grandeza del toreo.
Orgulloso estaba yo de mis razonamientos y de haber conseguido un adepto para la causa, cuando desgraciadamente comprobé que mi amigo virtual se había quedado dormido. ¡Lástima, otra vez será!
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